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El Futuro de los Humedales de Venezuela


Con algunas consideraciones sobre su parecido con una corbata de mariposas de colores; además de unas reflexiones sobre por qué Venezuela no es un país redondo y unos consejos sobre cómo escribir los capítulos de la novela “Pantanal” sin copiarnos del guión de “Por estas calles.”

Por Carlos Rivero Blanco, Ph.D.

Ponencia invitada al Taller de Conservación de Humedales en Venezuela, Fudena  y Fundación Polar, Caracas,  el 13 y 14 de Agosto de 1992.

La corbata de mariposas de colores.

La invitación para participar en este taller sobre la problemática de los humedales en Venezuela y hablar brevemente sobre el futuro de estos ecosistemas es un compromiso imposible de cumplir cabalmente debido a la variedad y extensión de estos paisajes y a las limitaciones personales impuestas por mi ignorancia. Sin embargo, la oportunidad de abordar el tema aunque sea tangencialmente, es muy interesante debido a que mi relación personal con uno de ellos, quizá el más extenso y complejo, –el llano inundable venezolano– se remonta a unos treinta años y a que, aún hoy, todavía estamos activamente trabajando en diversos aspectos del impacto ambiental del desarrollo de este importante humedal.
Creo que estos ecosistemas, tan útiles a la humanidad, están hoy día expuestos a transformaciones inminentes y frente a alternativas de apro­vechamiento racional o de explotación y destrucción cuyas características –buenas o malas– habremos de ayudar a planificar nosotros mismos y cuyos resultados positivos o negativos serán nuestra absoluta respon­sabilidad en la medida que participemos para planificar un futuro no destructivo de estos sistemas.
En todo caso, hablar del futuro de los humedales resulta interesante debido a que cada día que pasa se toma mayor conciencia de su situación y de la necesidad de protegerlos y utilizarlos de manera apropiada para el progreso sustentable del hombre.
Durante esta intervención hablaremos sobre la inminente transforma­ción del llano inundable de Venezuela debido al deseo de desarrollo del eje de los ríos Orinoco y Apure, como contrapeso espacial del actual eje centro-norte costero y del desarrollo de un sistema multimodal de trans­porte que los comunique; de cómo esto implica la intervención  y el desa­rrollo de nuevas áreas de producción mediante la expansión de la fron­tera agrícola a expensas de las áreas de inundación estacional; del im­pacto de las obras de ingeniería necesarias para implementar dicho desa­rrollo y de las formas de evitar o mitigar dicho impacto; por último, ha­blaremos de las implicaciones socioeconómicas de la planificación de es­tas áreas con criterios que deben compadecerse con la realidad natural, social y económica de los paisajes de humedales.
Pareciera que el futuro fuese oscuro, tanto que uno de los colegas pre­sentes hace rato me preguntó –y... no sin malicia– si me había vestido de negro para dramatizar la presentación del tema. Creo que fue un acto involuntario y que no necesariamente presagia algo negativo. Creo que ese futuro es más bien como la corbata de mariposas de colores que llevo puesta, la cual, sobre la ropa negra, luce como una pequeña ventana de claridad y colorido hacia la naturaleza que habremos de tener siempre a la vista, para no perder la fe y poder –mediante nuestra participación activa– lograr un desarrollo de nuestras sociedades en equilibrio con los sistemas naturales.
En Venezuela, esa visión positiva del futuro del llano inundable, en­tendido como un ambiente de humedal estacional donde el Hombre rea­liza actividades agropecuarias y de aprovechamiento de la fauna y la ve­getación, tiene mucha relación con el esfuerzo profesional que están rea­lizando instituciones como Profauna y El PROA, del Ministerio del Ambiente y los  Recursos Naturales Renovables, la primera es la organi­zación rectora del aprovechamiento de la fauna silvestre  y la segunda conforma el Proyecto Orinoco Apure, bajo cuya responsabilidad está el desarrollo ambiental del Eje; la UNELLEZ, la Universidad de los Llanos “Ezequiel Zamora”, una muy activa y efervescente fuente generadora de conocimientos sobre la región; la Universidad Central de Venezuela, con sus conocidas contribuciones sobre la ecología del llano y otras institu­ciones como Fudena, la Fundación para la Defensa de la Naturaleza, con sus programas de recuperación de poblaciones del caimán del Orinoco y otras especies de la zona. Junto a ellas, muchos investigadores profesio­nales están aportando cada vez más un mayor conocimiento sobre el funcionamiento de estos dinámicos ecosistemas.

El país redondo.

Una de las características del patrón espacial histórico del pobla­miento del país ha sido la ocupación de las tierras asociadas al eje mon­tañoso costero desde el estado Táchira en la región sur occidental hasta el estado Sucre, en la región nor oriental. La razón subyacente de este estilo de poblamiento está, desde luego, ligada al buen clima de las faldas de montaña, a los buenos suelos, a la abundancia de agua, a la abundancia de árboles frutales y, por añadidura, a una localización estratégica desde el punto de vista de la defensa y de las comunicaciones.
En otras palabras, el venezolano se ha ubicado en lugares que brindan ventajas para satisfacer sus necesidades de vida y lo ha hecho recono­ciendo primero que la naturaleza ha puesto los recursos donde están o que los recursos están donde los ha puesto la naturaleza. Esto nos lleva a considerar que, entonces, la mejor manera de vivir en un país así es reconocer que es más eficiente y barato ir con la naturaleza y no contra ella.
Es por esto que, cuando se piensa en el desarrollo futuro del pobla­miento del país y se estima que debería haber una distribución más ho­mogénea, que permitiese ocupar los territorios vacíos de población y a la vez aprovechar los recursos de áreas relativamente remotas, despobladas e inaccesibles, se puede pensar que lo que uno desearía, –de ser un planificador– es un país redondo. Un país perfectamente distribuido, que tuviese la mitad de su perímetro frente al mar y la otra mitad con vista a la montaña o al país vecino; con los recursos y las poblaciones distribuidos en forma concéntrica con estricto orden de importancia y con vías radiales de comunicación cruzadas por circunvalaciones perfectas.
 Lamentablemente o por suerte, tal vez, Venezuela no es un país re­dondo ni parecido. Es más bien bastante desequilibrado, con las cosas donde las puso la naturaleza y no donde nosotros quisiéramos.
Debido a esto, en el afán de planificar la distribución de la población y las actividades socioeconómicas en el espacio del país, surge la idea de desarrollar el eje Orinoco - Apure como un mecanismo de balance del desequilibrio que los planificadores dicen haber identificado, haciendo de la navegación fluvial la actividad promotora del poblamiento del eje.
Navegar el eje Orinoco Apure no es cosa nueva. Tradicionalmente el eje ha existido y ha cumplido la función natural de comunicar pueblos y regiones del interior de Venezuela. Lo nuevo es la intención de prolongar el trecho y el tiempo de navegabilidad mediante obras que permitan regular el ré­gimen hidráulico y así mover cargas más grandes a mayores distancias y por mayor tiempo.
El incremento de la navegación fluvial en el eje Orinoco Apure, y muy particularmente en el Apure y otros tributarios, podría realizarse a ex­pensas de una serie de obras que contribuirían al mejoramiento del canal.
Las obras que pueden permitir alcanzar los objetivos de navegación podrían estar conformadas por: un sistema de represas que permitiese el control del caudal durante los meses secos; por un sistema de diques marginales que contribuyesen a mantener el agua dentro de los cauces principales; por las obras necesarias para cortar las desviaciones de caños existentes manteniendo así un mayor caudal en el cauce principal; me­diante el control de las desembocaduras de tributarios para asegurar la profundidad del canal de navegación del cauce principal; por cortes de meandros para acortar los trayectos, especialmente en situaciones donde los giros de trenes de gabarras fuesen impedidos por los radios de los meandros; por obras de dragado estacional o permanente y por otras ac­tividades asociadas a las construcciones de puertos, a su manejo y a las obras de balizaje que faciliten la navegación en sí.
Aunado a esto está la necesidad de establecer un sistema de comuni­cación multimodal –carreteras, vías férreas, vías fluviales– que permita comunicar y entrelazar ambos ejes de desarrollo para que pueda verda­deramente funcionar todo el plan.
Como lógico complemento a lo anterior se requeriría desarrollar aquellas regiones o tierras intermedias entre ambos ejes mediante planes y programas que permitan integrarlas al sistema nacional de producción.
Todo este proceso de poblamiento y desarrollo debe ser evaluado en relación al impacto ambiental que ha de producir. Para ello, el PROA y el MARNR contratarán los estudios necesarios.
Los efectos dependerán de la cantidad y magnitud de las obras y del grado de afectación de los sistemas naturales y sociales. Lo más impor­tante y central en todo esto es que el proyecto en general pretende la es­tabilidad de un sistema que vive de la inestabilidad. Por ello, si el agua de los ríos no puede desbordarse hacia la sabana, la pesca mermaría, ya que depende de las inundaciones para reproducirse. La productividad de las sabanas inundables depende de que sean bañadas y fertilizadas anualmente por las aguas de desborde de los ríos. La fauna de interés económico del llano mermaría si no dispone de la alternancia de sequía e inundación para considerarse un recurso sustentable.
Las medidas que habrá que tomar irían desde evitar realizar ciertos desarrollos por considerarse que su impacto es irreversible, adverso y de gran magnitud, hasta aquellas medidas mitigantes que permitirían hacer desarrollos ambientalmente aceptables.

Nuestro propio “pantanal”

En otro orden de ideas, es importante considerar que el incremento en la navegación en estos ríos no está condicionado solamente al diseño y construcción de obras; de la mayor importancia es el conocimiento, con­trol y corrección  del comportamiento del ser humano en relación a la afectación de las cuencas, en especial las cuencas altas.
Si no se protegen y garantizan  los flujos de agua y se mantiene una cobertura vegetal idónea tanto en las cabeceras como en  las márgenes de los ríos, difícilmente lograremos el control del agua en base a grandes obras de infraestructura. Lamentablemente, los esfuerzos y las cuantiosas inversiones para el desarrollo siempre se ven amenazadas –y hasta im­pedidas– porque el hombre no ha sido preparado para entender, afrontar y responsabilizarse del mejoramiento de sus condiciones de vida.
Tomar en cuenta al ser humano a quien se le quiere ofrecer oportuni­dades de desarrollo es de suma importancia, ya que experimentar la inauguración de grandes obras y descuidar –por ignorancia– su funcio­namiento y manutención es costumbre demasiado arraigada en nuestro país. El lamentable resultado de tal comportamiento es, invariablemente, la necesidad de hacer una nueva obra, más grande y más costosa todavía que la que causó el problema.
La condicionante físico-natural más importante en el llano inundable es la marcada estacionalidad del clima y en especial del ciclo del agua, con sus largos y definidos períodos de sequía e inundaciones. Si no se toma en cuenta esto, la problemática ambiental sobreviene con toda su personalidad cuando el hombre, en su afán de superar etapas de desarrollo económico y social, trate de cambiar la dinámica natural a expensas de grandes y costosas transformaciones.
Toda la dinámica del llano inundable está íntimamente asociada al comportamiento de los ríos serpenteando sin cesar en medio de una gran planicie de colmatación. Las interrelaciones entre lo físico-natural y lo socioeconómico son el producto de una evolución de las actividades eco­nómicas y socio-culturales del hombre en un medio cuya propia evolu­ción responde a un régimen cíclico de condiciones extremas que hacen dura la vida de las plantas, de los animales y del ser humano.
Cuando entendamos que la evolución del hombre en el llano es el producto de ajustes al comportamiento de las variables físico-naturales y las variables socioeconómicas propias del medio, encontraremos que los resultados conforman una armoniosa forma de vivir, caracterizada por su propia dinámica y cuya estabilidad está dada por una adaptación de los seres vivos mediante un comportamiento subordinado a la natu­raleza.
Por esto, la vegetación llanera ocupa los espacios de acuerdo a las condiciones de variación de la inundación y de sus propias adaptaciones para soportar la sequía o la abundancia de agua. Por ello los animales hacen un tanto parecido. Los que son obligatoriamente acuáticos tienen que sufrir grandes privaciones y falta de espacio, oxígeno y alimento du­rante la extrema sequía, mientras que los puramente terrestres deben restringir sus movimientos durante las grandes inundaciones. Pero en ambos casos hay períodos favorables que son aprovechados para alimen­tarse y reproducirse adecuadamente. Por esto, también, el hombre mismo se adapta al medio y vive con él y para él.
Con todo y lo catastrófico que pudiera parecer el comportamiento de estos sistemas, a ningún estudioso escapa que el hombre, los animales y las plantas de estos parajes están adaptados a dichas catástrofes naturales de modo tal que su permanencia en el sitio pueda ser constante y las es­pecies puedan sobrevivir y perpetuarse como componentes esenciales de la biota de tales paisajes.
Es entonces, cuando el hombre desea hacer navegable el río por más de cinco o seis meses y, en lugar de adecuar su sistema social y econó­mico a las características del medio, trata de imponer cambios que propi­cien la estabilidad de un sistema cuya equilibrio natural consiste en un dinámico ciclo anual de sequía e inundación extremas.
Este pequeño y aparentemente humilde deseo pudiera causar impor­tantes y peligrosos cambios en el medio, suficientes como para alterar en forma permanente los procesos naturales del humedal y afectar a plantas y animales del lugar así como también a los pobladores humanos que por siglos se han adaptado a vivir en ese medio cambiante.
Ian McHarg, el famoso planificador ambiental norteamericano, en su obra “Design with Nature” (1971) nos revela claramente una forma de planificar que se aparta lo necesario de la mesa de proyectos y se acerca a la realidad espacial natural y social para llevarnos hacia un desarrollo armónico y funcional, cuya expresión es una más equilibrada disposición espacial de las actividades humanas para un  desarrollo que permita usar a plenitud la vocación de la tierra.
Es por esto que se requiere estudiar con sumo cuidado cualquier opción de desarrollo del llano inundable, para poder considerar la pro­fundidad y el alcance de sus implicaciones ambientales y, de ser factible su ejecución, llevarlo a término, incorporando las recomendaciones, me­didas y modificaciones necesarias, a nivel de diseños de ingeniería que amortigüen, minimicen o eviten el impacto sobre el humedal, uno de los más importantes del continente y cuya naturaleza pudiera verse afectada hondamente por el desarrollo.

No hacerlo así sería como planificar la vida del Homo rural  usando el patrón de vida del Homo urbano. Sería semejante a tratar de escribir “Pantanal” copiándonos del libreto de la novela “Por estas calles”.


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